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martes, 13 de enero de 2009

Martes y 12+1

Oigo en la radio una interesante tertulia con motivo de esa coincidencia que tantos consideran fatídica y que nos ha deparado, ya en enero, el primer martes y trece del año. Subrayo que se trata del primero porque en octubre -aviso para supersticiosos- se repetirá de nuevo este fenómeno. Tal y como explica un psicólogo en el programa, la fobia o temor irracional al número 13 y a las nefastas consecuencias que acarrea vincularse con esta cifra ha llegado a ser descrita en los libros de psicología clínica como una rara patología denominada “triskaidekafobia”.

Al parecer, esta superstición, arraigada fuertemente en los países occidentales, debe su origen a motivos religiosos y ha adquirido un poso tan profundo en estas culturas que ya no nos sorprendemos al ver que ciertos hoteles han elegido eliminar “esa planta” del edificio o al oir que algunas personas prefieren no viajar o realizar gestiones de importancia en ese día.

Sin embargo, en el baloncesto, un deporte que, como casi todas las disciplinas o juegos de azar, está invadido por las supersticiones, la aprensión hacia el número 13 no parece haberse consolidado con fuerza y son muchos los jugadores que escogen lucir esa cifra en sus dorsales sin otorgarle el mal fario que tantos otros le presuponen. A Wilt Chamberlain, desde luego, no pareció importarle mucho llevar ese dorsal -el mismo que vestiría durante la totalidad de su longeva carrera- cuando anotó 100 puntos ante los Knicks en 1962.

O quizás la razón por la que el baloncesto ha dado esquinazo a esta creencia se deba a que James Naismith, el célebre inventor de este deporte, decidió encarar este asunto desde el principio fijando en 13 las reglas fundamentales para jugar a este deporte. Es de suponer que el canadiense, ocupado en otros menesteres, no valorara en absoluto esta premisa a la hora de diseñar las normas, ¿o sí?. Lo cierto es que, visto el saludable estado de forma del deporte de la canasta, el profesor Naismith cercenó de raíz la asociación de esta cifra y el baloncesto a la mala suerte.

La psicología atribuye el uso de la superstición a una necesidad del individuo de tener las cosas bajo control, a otorgar causalidad a la casualidad; a creer que, siguiendo un determinado rito, evitaremos que el destino nos juegue una mala pasada. En definitiva, tener la capacidad de alterar el resultado de las cosas mediante la consecución de actos de cualquier índole. Ponerte antes el calcetín izquierdo antes que el derecho para salir a jugar cuesta poco trabajo y puede servir de refuerzo, pero rechazar dar la mano de tiro a tus compañeros, o simplemente evitar que te la toquen (la mano, claro), horas antes del partido, empieza a rayar lo obsesivo.

Como jugador nunca tuve una superstición fija que me acompañara a lo largo de toda mi carrera, pero durante largas temporadas sí que me ceñí a determinados hábitos que bien podrían calificarse como supersticiones (ducharme antes de jugar) o a rituales que ilustran de forma clara y cristalina el concepto sobre el que ahora escribo (garabatear algo concreto sobre el vendaje de uno de mis tobillos antes de los entrenamientos y partidos).

Es difícil no caer en rutinas que nos ofrezcan una sensación de seguridad y confianza, es algo que sucede en todos los aspectos de nuestras vidas, de ahí viene lo de que “el hombre es un animal de costumbres”. No obstante, la psiquiatría considera que un comportamiento supersticioso exagerado puede llegar a convertirse en una patología o trastorno que repercuta seriamente en la calidad de vida del que lo sufre, como es el caso de los enfermos aquejados con un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), una enfermedad sobre la que escribía Lucio Angulo, en clave de humor y de forma brillante, hace unos meses en su ‘blog’.

* Hace muchos años, Mark Twain se refirió de manera irónica a la relación supersticiosa entre levantarse temprano y ser favorecidos por la ayuda de Dios con las siguientes palabras: “No os dejéis engañar por este absurdo dicho. Conocí a un tipo que lo hizo. Se levantó al alba y un caballo le dio un mordisco”.