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miércoles, 22 de abril de 2009

La leyenda del indomable

A sus 68 años, Bobby Knight sigue dando guerra. Después de declarar hace unos meses que no descarta volver a entrenar si se le presentara un proyecto interesante y con posibilidades de trabajar con total libertad, ‘The General’ pasó hace pocos días por Bilbao para explicar de forma clara y cristalina las claves que, en su opinión, hacen que un equipo gane partidos; una serie de conceptos, en apariencia sencillos, que le ayudaron a ganar la friolera de 902 partidos en 42 temporadas en la NCAA.

Es posible que Knight sea uno de los entrenadores más controvertidos de todos los tiempos por su afición a protagonizar esos histriónicos ataques de ira con los que castigaba a jugadores, árbitros y periodistas, pero es innegable que el de Ohio, consciente o inconscientemente, ha sabido dibujar el autorretrato de un personaje irreverente capaz de cautivar al gran público y a los medios durante décadas con su voluble carácter -entre la nobleza y la locura-, y una rigurosa disciplina militar, adquirida en la academia de West Point, donde llegó al banquillo con sólo 24 años, que una inmensa mayoría de sus jugadores no ha dudado en alabar tras su paso por la universidad de Indiana.

En el mes de septiembre del año 2000, Knight caminaba por el campus de Indiana cuando Kent Harvey, un ‘freshman’ o estudiante de primer año, le espetó un “What´s up Knight?” (“¿Qué pasa, Knight?”), que el entrenador interpretó que carecía del debido respeto que su posición le otorgaba, por lo que decidió sujetar a Harvey por el brazo para explicarle que la manera correcta de saludarle sería refiriéndose a él como Coach Knight o Mr. Knight. El estudiante declaró haber sido agredido por Knight y el incidente provocó que Myles Brand, presidente de la universidad y de la propia NCAA, ejecutara el ultimátum de ‘tolerancia cero’ que había dado al técnico días semanas atrás, para exigirle la dimisión, algo que Knight rechazó de plano para ser cesado a continuación.

Resulta absurdo pensar que una situación de ese tipo pusiera fin a la carrera de Knight en Indiana, tras haber conseguido tres campeonatos nacionales y haber entrenado allí desde el año 1971, pero el paso del tiempo, cediendo protagonismo al jugador por encima del entrenador, y los reiterados incidentes en los que se vio envuelto, precipitaron su ocaso al timón de los ‘Hoosiers’.

Basta decir que 6000 estudiantes presenciaron el discurso de despedida de Bobby Knight en el campus y que la policía aconsejó a Harvey que abandonará la ciudad por no poder garantizar su seguridad tras la avalancha de amenazas de muerte que el joven estudiante recibiría tras conocerse la destitución del mítico entrenador para comprender su profundo calado entre los alumnos del centro.

Knight buscó refugió en la árida ciudad de Lubbock (Texas), cogiendo las riendas del equipo de baloncesto de Texas Tech, un proyecto castigado en los años 90 por la férrea normativa de la NCAA tras detectar irregularidades en el proceso de ‘recruiting’. Pero en 2008, el técnico se confesó “cansado” y decidió dar paso a su hijo, subalterno en el cuerpo técnico, abandonando su puesto.

Personalmente, pude ser testigo del irresistible atractivo de Knight sobre sus seguidores en 1993, cuando mi universidad formó parte del torneo de pretemporada ‘Maui Invitational’, celebrado en Hawaii. Llevaba pocos meses en EEUU y aún era ajeno a toda la parafernalia de la NCAA y al reconocido prestigio del torneo, que contaba en cartel con la presencia de las universidades como Indiana, Maryland, Michigan o Utah y con la presencia de jugadores como Juwan Howard, Keith Van Horn, Joe Smith o Sarunas Jasikevicius, con quien me había enfrentado en los europeos de formación que nuestras respectivas selecciones habían disputado, y que charló conmigo en el hotel sobre todo aquel circo en el que nos veíamos inmersos.

La noche antes del partido se celebró una cena de inauguración multitudinaria para equipos y los seguidores de cada universidad allí desplazados en una de las salas más grandes del hotel. Los entrenadores presidían en un estrado con una gran mesa y un atril en el que habrían de dar un breve discurso, salpicado por chistes que o eran realmente malos, o yo no aún comprendía. Me inclino por lo primero. Entre todos los técnicos había una silla vacía. Instantes antes de dar comienzo el acto de apertura, se abrieron dos puertas a uno de los lados de la sala y accedieron por ella un grupo de unas seis o siete personas que lucían jerseys de un rojo vivo. En breves segundos, los aficionados de Indiana, en su mayoría señoras y señores de mediana edad, se levantaron de sus sillas y comenzaron a organizar una algarada tremenda entre aplausos y vítores. Yo no entendía nada hasta que reconocí, detrás de los tres primeros integrantes del grupo, la característica cabellera de Knight, como un plato de angulas, y un semblante de pocos amigos que dejaba claro que no tenía la menor gana de asistir al banquete. Ningún otro entrenador presente generó una reacción parecida.

Aunque siempre haya exhibido ese lado arisco, Knight ha sabido rentabilizar su imagen dura con su incontestable conocimiento del baloncesto, ya sea en apariciones triviales en un anuncio de Volkswagen en el que la toma con un viejo ‘Beetle’ hasta arrojar un sillón -de la misma forma que arrojaba su silla al parqué- preso de la ira (podéis verlo aquí), o en espacios de más fundamento como analista de la NCAA para la cadena ESPN.

Con sus detractores, Knight siempre ha querido ser lo más claro posible, tal y como dejó patente en una de sus célebres citas: "When my time on earth is gone, and my activities here are past, I want they bury me upside down, and my critics can kiss my ass." (Cuando mi tiempo en la tierra se haya acabado y mis actividades aquí pertenezcan al pasado, quiero ser enterrado boca abajo para que así mis críticos puedan besarme el culo).