Ojeando la prensa cada verano es frecuente encontrar una opinión idéntica en boca de muchos entrenadores, que suelen coincidir al señalar a la pretemporada como una etapa crucial -algunos incluso la califican como la más importante- para la consecución de los objetivos que cada equipo se haya marcado para el final de la campaña.
Parece una conclusión lógica, ya que para afrontar la temporada en una forma física adecuada, conseguir formar un grupo homogéneo en el que los jugadores se acoplen al estilo de juego deseado y, en muchos casos, a la vida en una nueva ciudad, es necesaria una planificación bien estudiada según la configuración de cada plantilla. Tener el equipo al completo desde el primer día supone una ventaja significativa frente a aquellos clubes rivales a los que los fichajes aún traen quebraderos de cabeza y se encuentran inmersos en las movidas aguas del mercado estival esperando dar con la última pieza del puzzle: ya sea un ansiado ‘cuatro’ tirador que complete su juego interior o ese escolta especializado en labores defensivas.
Para el jugador esta etapa supone un duro mes de entrenamiento tras las vacaciones en el que habitualmente las temidas sesiones de preparación física priman sobre las técnicas con balón. Serán seis intensas semanas sin mucho más tiempo libre que el necesario para descansar, comer y dormir.
El primer día de pretemporada es como el primer día de colegio: si se repite con algún compañero o miembro del cuerpo técnico enseguida surgen las sonrisas y comentarios cómplices, se saluda a aquellos jugadores con los que no se ha compartido vestuario pero que ya son viejos conocidos tras años de múltiples enfrentamientos, y tienen lugar las presentaciones -más o menos formales según el carácter de cada compañero- entre jugadores desconocidos. Es el momento de empezar a integrar a los extranjeros en el equipo ya que, en algunos casos, el choque de culturas o la barrera idiomática pueden ser una barrera difícil de superar al principio y existe una cierta tendencia en estos jugadores a formar pequeños núcleos entre ellos si se sienten incomunicados.
También hay lugar para situaciones con un tinte cómico impagable, como observar el cambio de semblante del primer entrenador cuando comprueba, entre sorprendido e indignado, que al nuevo pívot americano de 2,10m -el mismo que iba a dominar la liga este año- no le ha sentado muy bien el viaje de avión y una vez en tierra no parece superar, en el mejor de los casos, los 204cm, o, poniéndonos un poco más crueles, presenciar la típica pájara de un compañero, que durante la primera sesión de carrera continua intenta ocultarse sin éxito tras las gradas de la pista de atletismo para vomitar sin ser visto. Una escena relativamente frecuente porque siempre hay alguien que llega a la pretemporada “algo” pasado de kilos y falto de ritmo.
Es una fase de preparación en la que los primeros partidos amistosos y el inicio de la temporada se perciben como la luz al final de un largo túnel plagado de agujetas, sobrecargas musculares y, con suerte, algún percance leve aislado como un esguince de tobillo o una incómoda lumbalgia, producidos por una avalancha de pruebas físicas y nuevos sistemas que serán vitales para garantizar el estado físico y táctico del equipo a lo largo del año.
Por último, y para restarle un poco de dramatismo a este ‘post’, habría que señalar que la pretemporada también es el momento idóneo para hacer pequeñas novatadas, organizar las primeras cenas de equipo y llevar a cabo alguna que otra excursión nocturna (hay que hacer piña).
domingo, 14 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario