A nadie se le escapa que no todos clubes disponen del mismo presupuesto para afrontar la temporada; una circunstancia que lógicamente constituye un factor decisivo para los intereses de un equipo. Tener dinero no sólo significa fichar bien, sino poder gozar de las condiciones más idóneas para que la plantilla pueda alcanzar su objetivo -es decir, ganar partidos- con garantías.
De la misma forma en la que jugar a domicilio puede ser una simple e inocua rutina para los más pudientes, que disfrutan de las considerables ventajas que supone desplazarse en avión el día previo al partido para hacer noche y descansar antes de choque, para otros, llegar a su destino puede ser un viaje interminable, una larga travesía por el desierto de la que únicamente se puede obtener como lectura positiva la inagotable cantidad de sucesos e historias para no dormir que suelen acontecer en estos trayectos.
El periplo desde A Coruña hasta Los Barrios para disputar un solo partido, tal y como nos sucedió en dos ocasiones durante en mi estancia en el desaparecido Sondeos del Norte de 2002 al 2004, significó para mí una experiencia alucinante sin parangón en mi carrera como jugador de baloncesto. Abandonar Galicia a medianoche para permanecer confinado durante 16 horas en un autobús adaptado de manera artesanal con colchones de gomaespuma en el suelo para poder dormir, devorando malas películas o apostando en cualquier juego de azar -desde la clásica pocha hasta partidas de bingo pasando por el poker tipo Texas hold ‘em- no parece la mejor estrategia para llegar en las mejores condiciones físicas a un partido, pero, a pesar de todo, esta era la única opción que podía permitirse un club modesto como aquel para realizar este tipo de desplazamientos. Con todo, las dos temporadas en las que recorrimos Portugal arriba y abajo rumbo a Algeciras nos dejaron un equilibrado balance: una victoria y una derrota.
Las noches en estos viajes se hacen interminables. Después de ver dos o tres obras maestras del cine de autor al estilo de “Zoolander”, “Estoy hecho un animal” o “Road trip: viaje de pirados” -películas de referencia para tantos y tantos equipos en los últimos años-, conciliar el sueño en unos colchones en el suelo, hacinado junto a tus compañeros y escuchando el incómodo runrún del motor entre bruscos cambios de temperatura, se convierte en una labor imposible. En esos momentos, compartiendo olores de todo tipo, o los ronquidos de un pívot nigeriano de 125 kilos al que escoges sabiamente no despertar, es inevitable formularse la misma pregunta que asaltaba a Lucio Angulo en uno de sus posts sobre la posibilidad de haberse excedido, aunque sea de manera involuntaria, en la premisa de “hacer equipo”.
Las paradas para repostar también dan mucho juego. Imagínense por un momento el careto de un operario de una gasolinera, a las tantas de la madrugada y en medio de Dios sabe donde, al ser abordado por una decena de tíos de dos metros liderados por un tipo de 2,07 con una camiseta blanca de tirantes hasta las rodillas, cadenas de oro y un afro electrizado que dejaría el peinado del mismísimo Don King en un simple flequillo, demandando la apertura de la tienda en un español macarrónico con el fin de abastecerse de patatas fritas y coca-cola. Muchas veces, ni nos abrían. En otra ocasión, desesperado, un jugador solicitó parar con carácter de urgencia para poder satisfacer la inoportuna llamada de la naturaleza, que le sobrevino en un autobús sin WC. Pues bien, el conductor, ni manco ni corto, paró de inmediato en el primer lugar que atisbó en el camino: uno de esos lugares que se anuncian con muchas lucecitas de neón. El jugador no se atrevió a entrar y prefirió ocultarse tras unos árboles a solucionar su asunto.
Hace algunos años, un club que encadenó una espectacular racha de victorias tras el parón navideño, y que finalmente conseguiría el ascenso en junio, decidió motivar a sus jugadores prometiéndoles que, mientras las cosas marcharan bien en el plano deportivo, se haría un esfuerzo para que todos los desplazamientos se hicieran en avión. Un incentivo más que interesante para ahorrarse kilómetros en la carretera y alargar un poco las carreras deportivas de algunos jugadores, pero bastante menos rentable a la hora de acumular vivencias y episodios verdaderamente imborrables.
martes, 14 de octubre de 2008
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3 comentarios:
Sin duda uno se las razones de más desgaste para un jugador no suelen estar en los partidos...y los viajes, son una de esas razones sinrazón.¡¿eh!?. Cuando después de 14 horas tienes tu espalda haciendo la "ola" y el estómago bailando "La Macarena"...Un saludo Dario.
Gran verdad. Los partidos no suelen ser lo que desgastan a un jugador. Suele ser lo que no se ve...viajes, entrenamientos, físicos, viajes...¿he dicho viajes? Después de 14 horas de viaje tienes la espalda haciendo la "ola" y el estómago bailando la macarena. Un saludo Darío
My interesante la entrada! :):):):):):)
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